lunes, 30 de julio de 2007

Carta de Haydén M. Jofre Barroso

Querido Miroslav:
Usted no necesita de mi opinión para saber qué hacer con lo que produce; pero acato su deseo. Leí todo y llegué a las siguientes conclusiones:
Sus trabajos pasan los exámenes con buenas notas, son claros, correctamente escritos, con un tono definido y un mensaje expresado con profundidad y no menos seguridad.
Destaco la fantasía y originalidad temática y de algunas formas verbales. Y no menos el buen ritmo de los escritos, alternando la pasión de la expresión con los arranques de rebeldía que arrojan al exterior sensaciones y sentimientos, la influencia de sueños o ensueños que a veces calman y otras, inspiran.
Esto es muy importante porque todo texto, poético o no, tiene su propio ritmo que arma la melodía que siempre debe tener: es parte del compromiso del autor con el lector, en ese mensaje que es un intercambio de emociones entre ambos.
No alteré ni corregí nada porque no era menester; a veces, buscando una palabra o substituyéndola innecesariamente por otra, se altera ese ritmo del trabajo, ese delicado equilibrio que luego es difícil -y a veces imposible- restablecer. ¡Cuidado! lo que se escribe, aún sin quererlo, es la radiografía de nuestras emociones (forma la biografía de nuestro “yo” más íntimo) , y los errores nos borronean, nos desfiguran. Y en un texto poético, que debe tener la estructura “física” intelectual y la base de nuestra sensibilidad, los errores matan la esencia por buscar la perfección formal.
Le deseo la misma suerte en los siguientes trabajos y que las Musas le dejen siempre los mismos dones en el escritorio: buen sentido, sinceridad, fuerza, comunicabilidad y belleza.
Afectuosamente,
Haydée M. Jofre Barroso


1

Maíz

Movimiento verde fascinado por el cielo,
civilización del jade vegetal.
Cultivado Monumento
sacrificando el aire y la luz
alimentas sin tiempo los tiempos del alma.


Aire amarillo bien abrazado a la melodía,
hospedaje del hombre y del agua.
Imaginaria escultura
recreando en sombra y silencio
la fuerza del templo en poder de una voz.


Incendio por el fuego lento de los dioses
usando las máscaras de la llama.
Destinada adoración
para sustentar con ofrendas
a los astros y a sus dientes en la noche.


Zarcillo de nube que baja de los sueños
para celebrar toda fertilidad.
Yacimiento semejante
a la mano que no quiere morir
sin dejar escrito el cantar de la lluvia.


2

UN TROZO DE MATRA

Del buho de la noche
sólo han quedado los ojos
y el barro seco del techo del rancho
se cae a pedazos
en la tranquilidad de la tierra abandonada.
Las garras de los caranchos del páramo
se han hundido también
en la carroña del olvido.
Alguien que está excavando levanta del suelo
el último resto de una vasija funeraria
que guardaba una canción de la ceniza.
En el zigzag de las pirkas
sólo quedan alimañas que huyen entre las piedras
y lo que fue una chacra
ahora es un cementerio que espuma sal y tambores.
Algo viejo como un trapo de distintas luces y silencios se deshace
y es un tejido llevado por el viento.
Hay piedras con agujeros. Y pensar que por allí soñaba un telar
que combinaba amarillo choclo de la mañana con rojo atardecer.
Lo poco y nada del humilde tejido que ya no puede dormir
no alcanza para envolver ni el recuerdo de los huesos de una mano.
Es probable que sea ofrecido
como una sombra inamovible del pasado;
aunque también es probable
que sea aceptado como promisión que de pronto surge con alas
y levanta vuelo en su porvenir
no parando de crecer como la esperanza
hasta tener la gloriosa dimensión de un estandarte.

A Ricardo Paz y señora.


3

Al contemplar una pintura de Cándido López

El negro bosque con su musgo suelo
ha entrado en las vísperas de la contienda.
Las aves del paraíso
se han reconocido
en los largos silencios de la penumbra.
A la vista,
bajo el resplandor del amanecer en Itapirú,
los calderos,
el trabajado sueño de las cenizas,
las tiendas de campaña
y más tranquilos, los bayos y alazanes.
Más allá, en la claridad de las barrancas
las viejas naves y una gastada historia.
Ahora el río es un camino lleno de miradas
y las banderas ya sienten en su sangre
un curioso deseo de elevación y campanario.

4

Mi alfombra

Nuestra casa quedó reducida a penitencia,
a una oculta trama de ruinas familiares,
cuyo último duelo fue una alfombra.
Se había venido salvando de una segunda mano, de los ropavejeros
que siempre llegan al ocaso. Al final, la hicieron moneda de cambio.
La única vez que la recuperé me ayudó un cartero,
previa recompensa. El cartero siguió su rastro por el vecindario.
Antes de ofrecer la recompra en el domicilio señalado,
dejé por escrito un mensaje inquietante:
"A los eventuales poseedores
de la alfombra Bokara que me pertenece:
La alfombra es misteriosa y los tiene a pruebas.
Una fatalidad va a ocurrir pronto cerca de ella,
ustedes podrán evitarla, aunque si el destino está marcado, es inútil;
lo malo habrá de suceder de igual manera.
La prueba está en sus arabescos que hablan con voces extrañas.

Hay más de una figura encerrada en la prisión del tejido.

Además de perfiles, hay palabras,
ustedes nunca sabrán qué dicen,
a menos que aprendan árabe.
Si logran leer la alfombra -todo es posible- se sorprerderán.
En ellas no sólo está escrito uno de los argumentos
de las Mil y una Noches, sino infinitos anatemas. Por ejemplo:
una persona partirá al más allá cuando esté cerca de la alfombra.
La profecía, téngalo en cuenta, fue tejida por manos inocentes".

Antes de una semana la alfombra estuvo otra vez en casa.


A Nora Perlé


5

Canto de los Guaycurúes a los Tupíes


Carcajadas ayer soltaba
un contento Guaycurú.
Ahora suelta llantos
convertido en urutaú.

En las hordas de Machicuys
competían los borrachos,
hoy compiten como avispas
por las flores del lapacho.

Navegando los Payaguás
llegaron al Iguazú.
Caminando bajo la tierra
regresan en tacurús.

Guerrero fue el Mocoby
a orilla del Ipitá.
Ahora es río Bermejo
y el Mocoby, yarará.

Hacia el reino de la noche
los Tupíes van sin luz,
muriendo en la selva oscura
se vuelven ñacurutús.


A Lucía Gálvez



6

EL ROSARIO

Según el diccionario, un rosario es una sarta de cuentas, separadas de diez en diez por otras de distinto tamaño, para hacer en orden el rezo del mismo nombre. Agrega que es usado en varias religiones.

Patricio Morales siempre llevaba el Rosario porque su madre antes de morir se lo había colocado como un collar para que lo protegiera. Ella decía los quince misterios de la Virgen, rezando después de cada uno un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria Patri. El rosario que ahora nos interesa era de perlas de azabache y la cruz era de plata y esmalte. La pieza, sin ser de gran valor comercial, era única y de cierto valor artístico. Por otro lado, Patricio había ejercido quince años de vida disipada: mujeres, juegos de azar y alcohol. Sabía que el rosario de su madre lo protegería cada vez que su vida estuviera en riesgo. Hablando de peligros, esta historia transcurre en América latina y a finales del siglo XX. A pesar de una abrumadora mayoría de posibilidades de que esta historia sea borrada por el olvido, si se llegara a salvar, sepan los lectores de ese maravilloso mundo que fue América, antes de que fuera masticada y digerida por los Cinco Tigres del Asia: había una América blanca, patronal, orgullosa y violenta que podía mandar en Vancouver, en Boston, en San Juan de Puerto Rico, en San Pablo, en Santiago de Chile o en Buenos Aires; como también sobrevivía una América oscura, humilde, explotada y tumultuosa que servía en San Francisco, en el Bronx, en Nueva Orleans, en México DF, en Managua, en Puerto Príncipe, en Bogotá, en Quito, en Lima, en Bahía de San Salvador o en Montevideo. No obstante, en las dos Américas se practicaba el catolicismo de una manera ferviente y admirable. Ferviente, en la misa de los domingos; admirable, cada 24 de diciembre.

¿Qué hacía Morales esa turbia noche en la disco donde se armó la pelea y el barman cayó degollado? Patricio sentía que a veces su destino se debilitaba y lo obligaba a caminar por el borde de un abismo. Ahora lo buscaban y lo llevarían a la cárcel creyéndolo culpable de un homicidio que él no había cometido.

Huyendo de la mala suerte se dirigió a la zona de Los Tilos. En medio de la noche y del sueño, eligió una lujosa residencia con vigorosos árboles y altas paredes; ese era un lugar afortunado. Se trepó a un árbol de la vereda y desde lo alto se deslizó hasta el jardín. No había dado tres pasos y los ladridos de los mastines lo obligaron a subir a un arbusto. La luz de una linterna venía hacía él. Los perros no llegaron a morderlo porque intervino un cuidador que se apiadó del ser humano que se aferraba a las cuentas de un rosario. Le preguntó qué diablos hacía en una propiedad privada y le ordenó que se bajara. El múltiple ladrido despertó a los otros servidores de la casa que acudieron en auxilio.

El intruso fue llevado hasta los aposentos de la dueña de casa que ya había sido puesta sobre aviso.

Lo único que él se atrevió a decir fue su verdad:

-¡Le juro señora que yo no lo maté! Jamás he matado a nadie, en la disco éramos muchos, sin embargo, los de investigaciones piensan otra cosa y me persiguen, por eso entré a su propiedad, le pido perd...

El intruso estaba diciendo la única palabra que de un modo fugaz puede salvar una vida cuando sonó un timbre. Sin lugar a dudas, “la poli” le había seguido bien el rastro.

La dueña de casa pidió que no se hablara con los agentes de investigaciones y que condujeran hasta su dormitorio al jefe de ellos. Acto seguido, le ordenó al muchacho que se escondiera debajo de su cama y que no se moviera de allí.

Sentada al borde de su cama colonial se quedó la señora acomodándose su robe de chambre. La puerta quedó entreabierta y ella la abrió del todo cuando apareció el oficial, quien se presentó con la novedad del caso. La dueña de casa autorizó a revisar bien toda la quinta y llamó a sus servidores a colaborar con la autoridad. A la media hora de no encontrar a nadie se retiraron agradecidos y el teniente fue a saludar a la señora prometiendo tenerla al tanto del asunto.

La señora le avisó a su inesperado visitante que podía salir del escondite. Patricio estaba más duro y pálido que el indio Toro Sentado.
-Hijo, algo me dice que usted es inocente, por eso lo he protegido. Ahora vaya a la cocina donde le darán un buen desayuno. Después regrese a su casa y no vuelva a pisar esos antros de perdición.

-Señora, le prometo que no volveré a pisarlos.

Morales en la cocina se llenó de optimismo y antes de partir pidió saludar a la dueña de casa.

-Señora, gracias por todo. Reciba este rosario, era de mi madre y siempre me ha ayudado en los momentos difíciles. Téngalo usted como un recuerdo.

La dama, que no era de andar aceptando regalos de cualquiera, recibió el rosario y se despidió del joven con un apretón de manos.

-Gracias, nunca nadie está libre de momentos difíciles, además también tengo hijos que siempre me tienen preocupada.

Patricio Morales no regresó a su casa, hacerlo era entregarse sin pelear. Se encaminó hacia el secreto refugio de su viejo amigo “el monje” para aceptar la propuesta de unirse al Movimiento de Liberación Nacional, un grupo de jóvenes idealistas que luchaban por una patria nueva. Los revolucionarios tardaron un tiempo en digerirlo, desconfiaban de todo el mundo y Morales tenía que demostrar con hechos que no era un infiltrado. Cada tanto los servicios de inteligencia del gobierno trataban de fabricar un liberacionista nuevo para que los delatara. Por esa razón en esta etapa de prueba él no participó en ningún operativo. La espera pasó rápido, Patricio empezó a llevarse bien con las novelas y sin considerar la maldad intrínseca de algunas de ellas, se permitió los urgentes beneficios de la lectura.

Por obra y desgracia de algunos traidores el grupo sufrió muchas bajas. El ansiado momento llegó para Morales cuando le entregaron su vehículo y su arma correspondiente. Arriba de la moto se dio cuenta de que al fin era un liberacionista leal. Actuó con valor en los operativos y distribuciones claves. Acaso sin saberlo, había puesto en práctica ese lema periodístico de Ernest Hemingway que define al coraje como gracia bajo prensa y presión.

Una mañana el comando clandestino le ordenó que debía salir, tendría que hacerse cargo de un joven empresario secuestrado cuya familia se negaba a pagar un cuantioso rescate. Tres motos visitaron el humilde barrio donde estaba “la panadería” y previo estudio del terreno de quienes iban en los rodados y luego del reconocimiento de quienes esperaban en “la panadería”, se abrió la puerta de un garaje. Otro grupo –que se traslada en una ambulancia -¿quién iba a sospechar de una ambulancia?- cobraría el rescate, mientras tanto se estaba haciendo cargo de manejar la complicada negociación.

Morales consideró conveniente sacarle la venda y la mordaza a la víctima. Sugirió preparar algo de comida y se puso a conversar con el empresario que se sintió aliviado y menos tenso. Grande fue la sorpresa de Patricio al reconocer en el cuello del secuestrado el rosario que le había dado su madre y que él una vez había obsequiado. El rehén pudo leer en ese rostro todos los signos del asombro. Cuando se quedaron solos la víctima murmuró:

-Mi madre me contó la historia.

Patricio mantuvo la calma y le dijo en voz baja:

-Usted no me pregunte cómo, pero empiece a rezar.-

El distribuidor se quejó a su proveedor y le avisó que cambiarían de “panadería” porque la calidad del pan dejaba mucho que desear. Le autorizaron el traslado a otra panadería y le ofrecieron la ambulancia, pero Patricio la rechazó; se trasladarían en sus motos. Acto seguido, con malas palabras le ordenó al secuestrado que viajaría en su moto y que no intentara ninguna maniobra porque sería liquidado. Ya en marcha se dirigieron a una lujosa residencia de árboles vigorosos. Después de avanzar un largo trecho, los liberacionistas acompañantes se interpusieron en su camino y le advirtieron que estaban en una zona residencial de alto riesgo y que allí podrían caer en una embos…

Una serie de balazos interrumpió la advertencia.

-¡No disparen!- gritó el empresario que se había salvado de otro reguero de plomo caliente.

Allí estaban los jóvenes idealistas sin vida tendidos en la calle entre un desparramo de motos. Los uniformados no pudieron impedir que el empresario que acababa de ser liberado se sacara de su cuello un rosario y lo pusiera sobre el pecho de un joven moribundo que había clavado su mirada en el cielo.

A Mario Goloboff

















7

El poema de esta noche

I

Ahora que se han apagado los libros y las estrellas
y que sólo funciona en los semáforos
la luz amarilla de la indiferencia,
ahora que está trazado el derrotero de este viaje sin retorno
y ya no importa el lujo de los harapos
ni algún crítico o insecto rastrero,
es hora del epitafio largo
como tramite jubilatorio y de tan largo imposible.
A esta altura del funeral
qué importa si la necrológica será leída u olvidada
o si será publicada en el diario cuya página al otro día
será arrastrada hacia la basura
o si será rescatada en la urgente selección de los cartoneros,
o si el papel impreso
servirá para envolver los mendrugos de la sombra.
¡Ven decadencia! que ya nadie te tiene miedo,
temor o melancolía, porque a nadie ya le importa
si la escalera de mármol que da al precipicio
está pidiendo sepultura o si se da con desprecio
la limosna que antes se daba por caridad.
¿Qué importa una página, un libro
o todos nuestros libros si ya nadie lee?
Menos habrá de importar
este papel que ya se arremolina en la vergüenza
y como tal rueda por el callejón de la miseria.
He ahí la balaustrada
que espera que el musgo de una mínima eternidad
suba por ella. Mas será en vano,
sólo ha de recibir golpes y no miradas.
Estamos en la ciudad de la noche y de los carros hambrientos,
es la hora nuestra de cada día,
hora de la indiferencia y de la humillación.
Pocas murallas se han salvado de la pintura de un odio justificado
y sin embargo, no son muchas las leyendas
que piden a gritos una suerte de venganza,
porque hasta la oscuridad
se ha hecho cómplice de los desperdicios.
Mientras tanto, los que mandan, hablan y escupen
y los que escuchan,
para no morderse la lengua insultan en voz baja.

II

Unos pequeños maullidos se detienen en el umbral.
Es ella, la gata Berenice
ha regresado y no tiene vergüenza de ser una mendiga.
Ella sueña que su dueña también regresa para cantarla
con voz grave de madre superiora
y así como todo hotel y todo pájaro nos recuerda al Hotel Pájaro,
así los poetas al borde de la muerte
nos recordamos condenados a no despertarnos jamás.
Alguien ha tirado una radio a la basura porque sólo decía ironías
y ya sólo nos queda la vigilia y el viaje.
Al fin nos sacamos de los bolsillos hasta la última miga de ambición
y ya no hace falta un cigarrillo tirado a medio fumar o a medio toser.
Desde un balcón habitado por las malditas palomas de la vanidad
hacemos un repaso de las cosas que han sido y que ya fueron.
A la vista quedan las imperfecciones
de un espíritu que no conoció la envidia,
si, de un cuerpo que padeció la carencia, la discriminación y el exilio.
Y de una mente que rechazó las grosera invitaciones de la televisión
porque no quería ser el costoso huésped de su furia
y de su violencia inmerecida.
Y todo eso está en el agua, en el aire, en el pavimento, en el café...
Que otro sueñe con un mundo mejor, más justo y más solidario,
que otro sea el que escriba la vieja novela
titulada “El Resentimiento”,
que otro demonio ayude a los vivos
que en el fondo son unos muertos,
que otro ángel proteja a los verdaderos muertos,
que otro cargue sobre su espalda la hermosa cruz del sacrificio.

III

Al final el tañido de una campana ya nada significa.
Y la campana sigue.
Hubo una vez un mundo con bosques y lagos sublimes,
hubo una humanidad
que supo disfrutar de un sin fin de cosas bellas,
ya sólo queda lo pequeño
y queda lo contaminado y queda la mentira.
Hubo una humanidad que tenía pilares y no calumnias,
y era el tiempo que los relojes daban la hora de la verdad.
Eran los bellos tiempos de la palabra
no los de la vil imagen.
Era la época cuando se usaba más alma que el cuerpo
y era la época que se juraba menos en vano,
menos aún sobre una Biblia.
Ahora no es el momento de una paz verde o de una paz azul,
ya es tarde hasta para los pájaros invisibles
y hasta para las pequeñas aves de canto enjaulado.
Adiós al perfume de la tierra mojada por la lluvia.
Adiós a los relámpagos y a las luciérnagas.
¿Que nos podríamos de llevar en las cenizas
sino los últimos colores de una mariposa,
de una primavera, de un arco iris, de un ruiseñor?
Hay un arca, pero es el arca de los jerarcas,
no puede subir cualquiera.
Si el valor de una vida se mide por el valor de su residencia
no hablemos de civilización. Que siga el monstruo del egoísmo,
ese caracol sin casa cuya baba adormece y paraliza,
esa babosa gigante que va dejando una huella plateada,
ruta cruel para los lisiados del alma
y todos los gusanos verdes sin espíritu.
Cuando ya quedan esparcidos los últimos rastros de dignidad humana
y todos los discursos se han reducido a miserables murmullos,
es cuando ha llegado el momento de callar y de salir...
aunque ya no quede tiempo ni para corregir
“El Poema de esta noche”.

FIN